Introducción
Después de soltar el control, lo siguiente que solté… fueron las lágrimas.
Siempre creí que orar era tener las palabras correctas. Que ser hombre era mantenerse fuerte. Que llorar era perder el control.
Pero hubo un momento en que no me salieron oraciones. Solo lágrimas.
Y lo más hermoso fue descubrir que Jesús no me exigía un discurso. Ni una frase bíblica bien citada. Solo me abrazó en silencio. Y gracias a Dios, no salió corriendo.
Lloré. Como niño. Como humano. Como hijo.
Y en ese llanto, algo se rompió… y algo se liberó.
La herida
La herida no llegó de golpe. Fue un desgaste lento. Invisible por fuera, pesado por dentro.
Después de tantos días tratando de entender qué había hecho mal, intentando mantenerme fuerte, simplemente colapsé.

El dolor fue más fuerte que mis ganas de aparentar. Me encerré en mi cuarto, apagué el celular y lloré.
No lloré bonito.
No fue ese llanto contenido de película con piano de fondo.
Fue el llanto desordenado de alguien que ya no puede sostener nada.
Por primera vez en años, ya no me sentía fuerte.
Me sentía quebrado, confundido… con el alma hecha pedazos y el corazón desarmado como cajón de feria.
El proceso
Yo creía que orar era eso que uno hacía con frases bien armadas y algún versículo bien citado… como quien intenta quedar bien con Dios y con uno mismo.
Pero ese día, no me salió nada.
Solo llanto.
Solo vacío.
Solo un agotamiento que ni sabía cómo poner en palabras.
No fue una oración. Fue una fuga.
Una oración en idioma lágrima, versión deshidratada.
Y aun así… alguien estaba ahí.
No fue una voz fuerte. Ni una emoción mística.
Fue una presencia silenciosa. Inconfundible.
Y por primera vez entendí que Jesús no se ofende cuando ya no puedes orar.
Al contrario… se acerca más cuando ya no puedes disimular.
Encuentro con Jesús
Fue ahí, en medio de ese llanto que ni yo entendía, donde descubrí una de las verdades más grandes de mi vida:
Jesús no necesita que le expliques todo para abrazarte.

Ese día no recité promesas bíblicas.
No proclamé victoria.
No sentí fuego celestial.
Solo lloré… y me sostuvo.
No me juzgó. No me corrigió. No me pidió que me calmara.
Me dejó llorar. Y se quedó ahí.
Como quien no solo escucha oraciones con palabras…
sino también las que se hacen con lágrimas y mocos.

Cierre esperanzador
Si hoy no puedes orar, si te cansaste de intentar con palabras,
si sientes que todo en ti se derrumba… llora.
Llora con Jesús.
Él no se aleja cuando te desbordas.
No se ofende si tu oración viene con nudos en la garganta.
Él se acerca. Te abraza. Y se queda.
Porque a veces, llorar no es colapsar… es comenzar a sanar.

“Cerca está el Señor de los quebrantados de corazón; y salva a los contritos de espíritu.” — Salmo 34:18
🕊️ ¿Has tenido un llanto que fue más oración que palabra? Cuéntamelo en los comentarios.
Y si este texto puede abrazar a alguien más… compártelo. Que sepa que Jesús también se queda cuando uno llora.

Que bendición poder leer estas palabras, hoy me encuentro en el lloro y si, experimento cada caricia y muestra de Amor del padre sé que en este momento como tú.También me abraza y me consuela el es el único que nos ayuda a superar las tribulaciones.
Gracias Señor por Amarnos tanto y poder reconocerte como padre🙏🏻🙏🏻
Gracias
Att :Ana María López