
He estado meditando mucho sobre este tema. Lo he pensado, lo he analizado, y decidí investigar un poco más porque me parece algo muy importante que muchas veces pasa desapercibido.
En la Biblia se habla de amar al prójimo como a uno mismo, pero… ¿cómo voy a amar al prójimo si no me amo a mí mismo primero? Porque entonces este versículo no tendría sentido.
«Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» — Mateo 22:39
Este es el segundo mandamiento más grande que Jesús dio, citando Levítico 19:18. No es opcional ni secundario.
Y aquí está la clave que solemos pasar por alto: Jesús da por hecho que primero debo amarme, para que ese amor sea la medida con la que trato a los demás.
En la psicología nos hablan constantemente del amor propio. Pero a nivel bíblico, creo que nunca lo escuchamos tanto. Sin embargo, este versículo habla precisamente de ese principio bíblico: cuidarme, valorarme como creación de Dios.
Durante todo este proceso que he vivido, de conocerme, de autodescubrimiento, me doy cuenta de algo que me sorprende: yo no me quería a mí mismo. Es más, esto sigue siendo un proceso. Estoy aprendiendo a quererme.
Y por eso veo la importancia de escribir sobre esto. No para quejarme de lo que fui, sino para compartir lo que estoy descubriendo. Porque tal vez muchos se pueden identificar con este camino.
Hacemos muchas cosas por todos los demás. Por compañeros de trabajo, por nuestra familia, por nuestras parejas, por nuestros amigos de la iglesia, por amigos de la infancia. Para todo el mundo hacemos cosas. Los queremos, los amamos.
Pero… ¿nos amamos a nosotros mismos?
¿Estamos listos para vivir con nuestra propia compañía? ¿Nos conocemos realmente? ¿Lo que hacemos lo hacemos porque nos agrada, o lo hacemos buscando la aprobación de otros?
Aparentemente, yo tenía un doctorado en complacer a todos… menos a mí mismo.
Esas son las preguntas que me han estado confrontando últimamente.
Y hoy quiero compartir contigo lo que estoy descubriendo sobre el amor propio desde una perspectiva bíblica. No desde la teoría, sino desde el proceso vivo que estoy atravesando.
Porque precisamente al escribir esto, también estoy empezando a quererme más. Y creo que eso me ayudará a superar todo esto.
¿Qué es el amor propio?
Cuando hablamos de amor propio en círculos cristianos, muchas veces levanta cejas. Como si fuera un concepto sospechoso importado de la psicología secular.
Pero déjame aclararlo de una vez: el amor propio no es egoísmo, ni orgullo.
No se trata de inflar el ego ni de olvidarse de los demás. No es mirarse al espejo cada mañana diciendo «soy increíble» mientras ignoras tus áreas de crecimiento.
El amor propio es el reconocimiento sano de que soy hijo de Dios, creado a su imagen, con valor y dignidad inherentes.
Es entender que si Dios me ama así como soy, yo también puedo aprender a tratarme con esa misma compasión.
Amarme a mí mismo significa:
- Cuidar de mí sin sentir culpa por hacerlo
- Reconocer mis límites y respetarlos
- Perdonarme por mis errores como perdono a otros
- Tratarme con la misma compasión con la que trato a los demás
- Descansar sin sentir que estoy siendo improductivo
- Reconocer mis emociones como válidas, no como defectos
Jesús mismo lo dejó claro en ese versículo: para poder amar de verdad a otros, primero tengo que aprender a amarme a mí mismo.
Y eso no invalida la fe. Al contrario, la hace posible.
Porque un corazón que no se ama a sí mismo… ¿qué clase de amor puede dar?
El mayor enemigo: yo mismo
Muchas veces pensamos que lo peor que enfrentamos está afuera: las críticas, las circunstancias, las personas que nos fallan.
Pero en mi proceso descubrí algo incómodo: el enemigo más duro que he tenido… he sido yo mismo.
Mi voz interior era más cruel que cualquier comentario externo. Mi autoexigencia era una cárcel invisible. Mis miedos me frenaban más que los obstáculos reales. Y mi falta de amor propio me desgastaba más que cualquier falta de amor ajeno.
La Biblia lo anticipa cuando habla de esa lucha interna:
«Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.» — Romanos 7:19
Pablo entendía esa batalla. Esa sensación de estar en guerra contigo mismo. De querer cambiar pero sentir que algo dentro te sabotea.
Pero también nos recuerda que no estamos solos en esa lucha:
«Mas en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó.» — Romanos 8:37
Amor propio no significa que ya no haya lucha interna. Significa que dejo de ser mi propio verdugo y aprendo a tratarme como lo que soy: hijo amado de Dios.
Es dejar de pelear conmigo mismo y empezar a caminar con la misma gracia que Jesús tiene para mí.
Mi proceso de aprender a amarme
En todo este camino de sanidad he descubierto que no me quería a mí mismo. Hacía cosas para los demás, buscaba agradar, cumplir, darlo todo… pero yo quedaba siempre al final de la lista.
Algunas señales de esa falta de amor propio en mi vida fueron:
Creía que solo valía si cumplía con todo. Si no era perfecto, no era suficiente.
Me sentía culpable por descansar. Cada vez que me tomaba un momento para mí, esa vocecita interna decía: «vago, improductivo, egoísta.»
Buscaba validación constante de los demás. Hacía ejercicio no porque me cuidara, sino para ser aceptado. Tomaba decisiones pensando en qué dirían otros, no en qué necesitaba yo.
No es que estas cosas fueran malas en sí mismas. El ejercicio es bueno. Ayudar a otros es bueno. Lo malo era el enfoque: lo hacía desde la necesidad de aprobación, no desde el amor propio. Buscaba que otros me valoraran porque yo no me valoraba.
Hoy sigo haciendo ejercicio y ayudando a otros. Pero ahora lo hago porque me agrada, porque me cuida, porque quiero hacerlo. No porque necesite demostrar algo.
Confundía autoexigencia con fe. Pensaba que mientras más duro fuera conmigo mismo, más espiritual era. Como si Dios necesitara que me castigara para acercarme a Él.
Hoy estoy aprendiendo a quererme de otra forma: a llorar sin sentir vergüenza, a reconocer mis emociones sin juzgarlas, a descansar sin sentir culpa, a establecer límites saludables sin sentir que decepciono a otros, a verme como Dios me ve. Y a veces, esto también significa buscar ayuda profesional. Dios obra a través de personas, y eso también está bien.
Y lo curioso es que esto también es obediencia. Jesús nunca pidió que me anulara. Pidió que me amara bien para poder amar bien.
Y mientras aprendo todo esto, descubro que Jesús mismo fue el mejor modelo de amor propio saludable.
Jesús y el amor propio
Jesús no invalida el amor propio. Lo afirma. Lo da por hecho.
Cuando dice «ama a tu prójimo como a ti mismo», está enseñando que mi relación con los demás empieza en cómo me trato yo.
Y Él mismo lo modeló.
Jesús descansaba. Se apartaba a lugares solitarios para orar y recargar. Comía con amigos. Lloraba cuando sentía dolor. Expresaba sus emociones sin vergüenza.
No era una máquina de dar. Era un Hijo amado que vivía desde esa seguridad.
Cuando la multitud lo buscaba para más milagros, Él se iba a descansar. Cuando sus discípulos querían seguir trabajando, Él decía «vengan a descansar un poco.»
Jesús sabía algo que muchos de nosotros olvidamos: para poder dar desde el amor, primero necesitas vivir amado.
No es egoísmo cuidarte. No es orgullo reconocer tus límites. No es falta de fe descansar.
El verdadero amor propio no es ponerte por encima de otros. Es recordar que eres amado por Dios… y desde ahí, amar sin medida.
Porque cuando sabes quién eres en Cristo, ya no necesitas demostrar nada, mendigar amor, ni agotarte buscando aprobación.
Puedes simplemente ser. Y desde esa certeza, amar bien.
Cierre final
Amar a otros empieza por dejar de pelear conmigo mismo.
Jesús no me pide que sea perfecto. Me pide que me reconcilie conmigo, que me vea con sus ojos, que me abrace como Él lo haría.
Porque si no me amo, ¿qué clase de amor voy a dar?
Pero si aprendo a amarme como hijo amado de Dios… entonces sí puedo amar con libertad.
Este es un proceso. No tengo todas las respuestas. Todavía hay días donde la vocecita cruel vuelve a aparecer. Días donde me siento culpable por descansar, o donde busco validación en lugares equivocados.
Pero cada día aprendo un poco más a tratarme como lo que soy: amado por Dios, creado a su imagen, con valor que no depende de lo que hago sino de quien soy.
Y si tú también estás en este proceso, si también te cuesta quererte, si también has pasado la vida dando amor a todos menos a ti mismo/a…
Quiero que sepas algo: no estás solo en esto.
Y que aprender a amarte no es egoísmo. Es obediencia. Es sanidad. Es volver al diseño original de Dios.
📖 «Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» — Mateo 22:39
P.D.: Si este artículo te removió algo, compártelo. A veces alguien más necesita el permiso para empezar a quererse a sí mismo.
Y recuerda: Jesús descansaba. Tú también puedes hacerlo sin sentir culpa.
