
Creí que después de los cuarenta ya tenía mis gustos definidos, pero en este último tiempo —entre sanaciones, teclas y pestañas de navegador— me di cuenta de algo que no esperaba: mi curiosidad sigue viva, y eso es una bendición.
Mientras algunos de mi generación le huyen a la tecnología, yo estoy jugando con inteligencia artificial, aprendiendo a escribir un blog, grabando voz, haciendo pruebas en Canva… y viendo cómo mi hijo, que es joven, me copia alguna que otra cosa. Sí, a veces me siento como el papá moderno que Google no sabía que necesitaba.
Hace unos años le enseñé a usar Google, luego YouTube, y con eso ya hacía sus tareas. Un día me dijo que quería tener su canal… y yo pensé ‘bueno, veamos qué pasa’. Le descargué un programa de edición, pero él mismo buscó tutoriales, grabó, editó. Y ahí me golpeó esa mezcla rara de orgullo y nostalgia: mi niño estaba creciendo, volviéndose autodidacta. Más adelante le enseñé ChatGPT, Gemini… y ahora último, NotebookLM. Hace poco, vía Zoom, creamos juntos unos juegos con Gemini. 😄 Sigue creciendo, y yo sigo aprendiendo a ser su papá en cada etapa.

Me encanta compartir tiempo de calidad con él. Y he aprendido que cuando los hijos no están físicamente contigo —por la razón que sea— el secreto no está en quejarse, sino en orar y buscar formas creativas de estar presente. En nuestras llamadas, por ejemplo, hacemos un devocional para jóvenes: solo una página, con un versículo, una reflexión y una oración. Es sencillo… pero estamos sembrando. Y eso también me está enseñando que la paternidad se reinventa, no se abandona.
No lo hago para estar «a la moda», lo hago porque sentirme vivo también pasa por seguir descubriendo. Porque Jesús no me está renovando solo por dentro, también me está mostrando que explorar es parte de vivir con propósito.
Y a veces creemos que enseñar es tener todas las respuestas… pero basta con tener ganas de aprender. Mi hijo no me sigue porque lo sé todo, sino porque me ve intentarlo sin miedo.
El Juan de hace cinco años habría dicho: «¿Note-qué?», y habría cerrado la pestaña con sospecha. Pero aquí estamos. Aprendiendo, descomplicándonos y descubriendo que sí se puede.
Me he dado cuenta de que cuando Jesús sana, también te despierta la curiosidad. Porque un corazón sano no se encierra: quiere descubrir, crear, compartir.
Hoy no me considero un experto, pero sí un curioso agradecido. Y eso, a mi edad, también es una forma de milagro. Porque seguir aprendiendo —con mi hijo, con la vida, con Jesús— es seguir naciendo de nuevo. Sin edad. Sin miedo.
«Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.»
Proverbios 22:6
Cierre final
Si este artículo te sacó una sonrisa o te recordó algo que antes te hacía sentir vivo, no lo dejes pasar.
Tal vez hoy no sea el día para tener todas las respuestas… pero sí puede ser el día para volver a explorar. Para enseñar lo que sabes y atreverte a aprender lo que no sabes. Para no subestimar lo que Jesús puede despertar en ti, sin importar la edad.
Quién sabe… tal vez tu próxima oración empiece con: «¿y si sí?»

Excelente.