El blog que me está enseñando a vivir

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Y otras formas inesperadas de terapia gratuita con Jesús, el Espíritu Santo… y Google Docs.

Cuando escribir no era parte del plan

Creo que nunca pensé en escribir. Aunque me parecía interesante, pensaba que eso no era para mí. Mi perfeccionismo me decía que podía hacer muchas cosas, pero también me limitaba. (Qué irónico: la misma voz que me empujaba también me paralizaba).

Hasta que vino la crisis…

Toqué fondo. Un pozo profundo que se volvió una niebla. No veía nada. Y ahí, en esa oscuridad, comenzó algo que no esperaba: empecé a escribir.

La primera vez que escribí para mí

Todo empezó en la primera sesión de terapia. Escribía lo que hablábamos. Luego lo revisaba, lo organizaba en la compu (porque mi letra de zurdo y el bolígrafo… nunca firmaron la paz). Guardaba todo como una bitácora.

Antes de la siguiente sesión, ya tenía listo lo que quería decir, y salían más notas, más emociones, más descubrimientos.

Sin darme cuenta, escribir se volvió un diario terapéutico.

Cuando escribir empezó a sanar

Después de meses, al empezar a salir del túnel de la depresión, me puse a organizar lo que había escrito. Fue ahí cuando se me cruzó la idea del blog. Pero enseguida la voz interna dijo:

«No. No puedo exponerme así. ¿Qué dirán de mí?»

Así que procrastiné. Tenía que estar perfecto. Todo listo. «Tal vez en un año lo lanzo», dije. Ya tenía en mente el evento de lanzamiento, alfombra roja y banda sonora de Hans Zimmer.

Pero Jesús tenía otro calendario. Y un día, Él me dio el empujón que necesitaba.

Y simplemente lo lancé. Links rotos, secciones vacías, y todo.

El día que me lancé al agua

Sentí alivio. Por fin. Lo logré. Me tiré al agua. Sin miedo al qué dirán, sin esperar a que todo estuviera perfecto. Porque si esperaba eso, el blog nunca vería la luz.

Y detrás de todo, estaba Dios. En silencio, como suele hacerlo. Guiando, sanando, afirmando. Sin fuegos artificiales. Sin aplausos. Solo Él y yo. Y el cursor parpadeando.

Cuando alguien se vio en mis palabras

Pensé que nadie leería. Tal vez yo, mi familia, y el Espíritu Santo por misericordia. Pero algunos me escribieron. Y lo más fuerte fue esto:

Yo pensé que lo que vivía… solo me pasaba a mí.

Pero no era así. Muchos hombres vivimos lo mismo. Solo que nos enseñaron a no ser vulnerables. A mostrar fuerza. Esa fuerza que, si no la sanas, te revienta por dentro.

Y ahí entendí que compartir mi proceso no era solo liberador para mí… era necesario para otros.

Si pudiera hablar con el Juan de antes

Le diría:

Sin miedo al éxito. Al agua, patos.

Te abrazo.

Y just do it.

Jesús te acompaña. Y cuando Él dice que hace cosas nuevas… también se refiere a esto: cosas que nunca habías hecho ni pensado hacer.

Incluso escribir un blog sobre tu quebranto para sanar el de otros.

Y si esto le sirve a alguien más…

Yo no escribo esto para que creas que todo es fácil. Porque no lo fue.

Yo también pensé que no iba a salir del hoyo. Y no, Jesús no me dio todo lo que quería. Me enseñó a soltar el control, a bajar la cabeza, a confiar cuando no veía nada.

No fue mágico. Fue proceso. Fue gracia.

Y si tú estás ahí, en esa niebla donde todo parece perdido… quiero decirte algo sin fórmula ni promesa de final feliz:

En Jesús, sí hay esperanza.

Aunque no entiendas. Aunque duela. Aunque no sepas por dónde. Él sí sabe. Nosotros no.

Y a veces, esa esperanza empieza con algo tan simple como escribir una palabra.

Si esto que escribí te hizo eco en algún rincón, gracias por leer.
Este blog no me salvó. Pero me recordó que Jesús no había terminado conmigo. Y eso… ya era volver a vivir.
Si tú también estás en proceso de recordar que Él no ha terminado contigo… bienvenido al club.

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